Qué
equivocada estaba aquella mañana pensando que sería un día como los demás… Fue
a comienzos de verano, un soleado y caluroso día, cuando mi marido se levantó
para ir a trabajar. Me desperezaba en la
cama ronroneando como una gata mimosa escuchándole en la cocina hasta que
decidí ponerme mi bikini y bajar a darme un baño a la piscina para intentar
refrescarme un poco. Bajé y me tumbé en la tumbona con mis pechos al
descubierto solazándome con los rayos solares que hacían que gotitas de sudor
perlasen mi piel. En ese momento fue cuando mi marido salió al jardín para
decirme que se iba. Noté como su mirada se clavaba en mis tetas talla 100,
regalo suyo en mi último cumpleaños, y me levanté para despedirle besándole
mientras notaba sus manos cogiendo mi culito redondo y rozar mi coñito por
encima del diminuto tanguita negro. Le deseé un buen día en el trabajo y me
volví a tumbar disfrutando de la tranquilidad que se respiraba en el ambiente,
dándome de vez en cuando un poco de crema solar para que no se quemase mi piel.
Volví a coger el bote de crema y me eché un poco sobre mi vientre, extendiéndolo con mis manos hasta que empecé a masajearme las tetas en una placentera caricia. Poco a poco mi mano fue bajando por mi vientre hasta que llegó a mi coñito depilado, que empecé a acariciar por encima de la tanguita mientras mi otra mano juntaba mis pezones y los pellizcaba, hasta que la aparté un poco dejándolo al aire libre masturbándome sin pudor con los ojos cerrados, imaginando que eran las manos de mi marido las que tocaban mi cuerpo caliente.
Absorta
estaba de todo cuando escuché una voz a mi espalda que se dirigía a mí. Me
levanté sobresaltada y vi que era el jardinero de la urbanización donde vivíamos.
“¡Mierda!”, pensé. Se me había olvidado que había quedado en que vendría esa
mañana a hacernos unos arreglos en la piscina y en el jardín. Sin duda había
estado observándome pero, ¿cuánto tiempo? Inconscientemente me levanté de la
tumbona intentando ocultar mis tetas de su vista con mi brazo, sin percatarme
de que había dejado apartada mi tanga y podía ver perfectamente mi coñito
depilado, aunque en todo momento aparentó mantenerse frío y correcto al
hablarme mientras me contaba que había sido mi marido el que le había dejado
entrar en casa al marcharse y que ya había terminado la reparación de nuestra
depuradora.
Empecé
a pensar que aquel hombre llevaba ya un buen rato en mi casa y que me había
visto masturbándome sin pudor alguno. Su tono de voz cambió y clavó su mirada
en la mía mientras se dedicaba a alabar mi cuerpo. Pude percatarme del bulto
que empezaba a formarse en sus vaqueros cortados por encima de la rodilla. La
verdad es que él tampoco estaba nada mal: un hombre negro de aproximadamente 1’90,
con un torso imponente, sin duda fruto de largas horas de trabajo. Inconscientemente
pensé que si su verga hacía juego con el resto del conjunto debería ser
realmente grande, sin percatarme de que se había acercado hasta mí y que ahora
lo tenía prácticamente encima. Podía notar sus manos recorriendo mis caderas y
como su boca buscaba la mía venciendo mi posible resistencia, aunque a esas
alturas estaba totalmente entregada a él. Su lengua entró en mi boca jugando
con la mía mientras sus manos acariciaban los cachetes de mi culito desnudo y
bajaban mi tanguita dejándome totalmente desnuda con mi cuerpo totalmente
pegado al suyo, mientras mis manos tampoco se estaban quietas y, desabrochando
el botón de sus vaqueros, metí mi mano por dentro encontrándome una polla dura,
gruesa, palpitante que, casi al instante, ya había sacado fuera y masturbaba
sin cortarme, notando como mi caricia le encantaba.
Podía notar su capullo húmedo rozar mi vientre mientras mi coñito no dejaba de humedecerse cada vez más por las caricias que me daban sus dedos, así que bajé sus vaqueros de un tirón y, haciéndole recostarse en unos cojines, me lancé a chupársela como una verdadera posesa. Se la lamí hasta que me la metí prácticamente de un golpe en la boca hasta donde pude, dado lo grande que era, mientras mis dedos no se estaban quietos y me masturbaba mi coñito deseoso de ser penetrado por aquella inmensa polla, hasta que me hizo levantarme y tumbarme para colocarse encima de mí y volver a metérmela en la boca, moviéndose como si me la estuviese follando mientras me cogía del pelo para marcar el ritmo con autoridad.
Así estuvo follándome la boca hasta que se levantó y me hizo colocarme en la posición de perrita (que así era como yo me sentía en aquellos momentos, como su perra), colocándose detrás de mí con su polla rozándome y haciéndome gemir hasta que me la metió casi de un sólo golpe. Mi coño no estaba acostumbrado a miembros de aquel tamaño y, la verdad, me hizo un poco de daño que casi al instante se volvió un placer como no había sentido nunca mientras le sentía moverse dentro de mí follándome sin piedad en otras posiciones. Yo misma fui la que me coloqué encima de él para cabalgarle salvajemente, con mis tetas botando ante sus ojos mientras sus rudas manos me las apretaban haciéndome chillar de gusto mientras me decía cosas como que yo era su perra, que me iba a convertir en su puta y otras por el estilo que no hacían otra cosa que excitarme más todavía hasta que sentí como me invadía un orgasmo que me hizo caer desfallecida sobre su pecho.
Me dejó que me recuperase un poco hasta que me hizo levantarme y volver a arrodillarme. Durante la follada anterior no había dejado de pasar sus dedazos por mi culito, lo que me hizo pensar que ahora iba a intentar metérmela por mi hoyito trasero. Debo decir que no soy virgen por ahí, aunque la idea de que algo de ese tamaño me entrase en mi culito me daba un poco de miedo. Decidí relajarme y dejar que lo intentase cuando sentí su glande presionar. La notaba entrar poco a poco aunque me dolía bastante, dejándola en mi interior para que mi culito se acostumbrase a su tamaño. Poco a poco empezó a moverse mientras sus manos volvían a apretar mis tetas y a acariciar mi coñito, por lo que la sensación de dolor volvió a trasformarse poco a poco en un placer increíble, aumentando el ritmo de sus embestidas y volviéndome loca de placer. Me folló hasta que, ante su inminente corrida, me hizo volver a chupársela corriéndose en mi boca...
Ya más relajados los dos me limpió amablemente mientras volvía a besarme, ahora casi cariñosamente. Cuando se despidió me dijo que no dudase en volver a llamarle cuando necesitase alguna reparación, diciendo esta última palabra con un tono sugerente mientras me guiñaba un ojo. Desde aquel día, de vez en cuando se rompen algunas cosas en mi jardín de manera... "misteriosa", lo que me hace tener que recurrir a los servicios de mi amable jardinero...
Muy excitante, la verdad q es my bueno el relato.El primero de muchos mas q nos haran ponernos a mil.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, jefe!!!
ResponderEliminarMuaaaaaaaaaaaacks!!!